La sociedad en la que vivimos y en la que nos desenvolvemos ha creado un culto a la inmediatez que nos hace ir por la vida siempre con prisas, sin detenernos a examinar hacia dónde nos dirigimos o si ese camino que seguimos por pura inercia es el que realmente queremos transitar. Nos encontramos inmersos en una vorágine de hiperactividad habiéndonos olvidado de lo más importante y esencial: respirar.
Por supuesto, no se trata de la respiración fisiológica porque si no respiráramos ya sabemos lo que ocurriría. Me refiero a detenernos por unos instantes, y fijar la atención en la respiración. Esto significa inhalar lentamente, aguantar el aire unos segundos y después expulsarlo despacio de manera suave. Al observar nuestra respiración sintiendo todo el recorrido que hace entramos en un estado de presencia y tomamos consciencia de cómo nos sentimos.
Al estar en el ahora la mente se aquieta dejando su parloteo incesante. Los miedos y preocupaciones, en ese momento, desaparecen ya que estos no pueden sobrevivir en el presente al tratarse de programas mentales. Esto facilita la verdadera conexión con uno mismo. Desde ahí puedes contemplar que todo es perfecto y que no tienes que llegar a ninguna parte. No existe nada tan urgente como para que no puedas realizar este sencillo ejercicio durante unos minutos varias veces al día.
La respiración consciente te ayudará a enfocarte de manera más armoniosa en tus quehaceres diarios, y podrás resolverlos más equilibradamente. Por ello, de vez en cuando detente, respira pausadamente y observa llevando el aire hasta tu abdomen. Muchas personas tienen una respiración muy superficial, esto es, llevan el aire solo a la parte alta de su cuerpo (garganta o pulmones como mucho) y para ello necesitan más bocanadas y más rápidas. Cuando tomamos consciencia de la importancia de esto aprendemos a respirar y a relajarnos. En consecuencia, dejamos de dar importancia a cosas que en realidad no la tienen y nos sentimos más plenos.
Raquel Izquierdo Dasí